viernes, 30 de enero de 2009

La fiesta es ahora.



Comentario al Tour Brasil 2009 Quinta Etapa (Aún en Belém do Pará)


Muchas veces me he preguntado diferentes cosas en torno al tiempo y constituye para mi el tema más trascendental del conocimiento humano. He desarrollado la hipótesis de que el tiempo es lo único absoluto y el espíritu de todas las cosas. Sin embargo y por su sentido unívoco que nos permite entenderlo y experimentarlo es que muchas veces en la vida me he encontrado en la paradoja de la sensación de su inexistencia o de la simultaneidad. Los instantes sin tiempo.


Caminando lúcida y sensiblemente por la ribera de la Bahía do Guajará hacia la ciudad vieja de Belém, me encuentro con el mercado de Ver-o-Peso, con su hipnótica variedad de productos, colores, sabores, formas, olores. La canela, la pimienta y la vainilla están apoderadas del aire. Todas las etnias de Brasil y sus manifestaciones más populares, alimento, transporte, comercio, arte. Me detengo a fotografiar y almacenar en mi memoria también toda esta versátil belleza, atravesada por la música, los pregones de los artesanos y vendedores de frutas exóticas, tónicos fortificantes y lociones aromáticas. El terminal pesquero bulle de actividad y me solazo en la contemplación de las faenas de pescadores, artesanos, cigarreros y artistas de la calle. Entro a la tabaquería, a las bodegas de cafetales, a las bodegas de caucho, a las pescaderías expuestas como un mostrario de las especies más bizarras de seres acuáticos fluviales y marítimos. Estoy hipnotizado y vagando sin mirar nombres de calles ni referencias. El hambre y la tentación que me traen los olores me hacen entrar por un plato de comida a un modesto pero digno bar de puerto. Pido filé de gó un pez muy popular y sabroso acompañado de mazorca, arroz, feijao verde y un batido de açaí con cereales y hielo. Mi cuerpo se fortalece y se recompone. Sigo la marcha como si fuese llamado hacia un lugar. Al pasar veo plazoletas y esculturas de santos y sacerdotes por doquier. Es tal vez la ciudad con más iglesias de todos los credos que jamás visité. Hasta que llego a mi primer destino. Una tienda de santería Umbanda. Quedo absorto contemplando la imaginería de los Orixás, la madre de todo lo creado, la señora del mar Yemanyá me mira con amor infinito y me embelesa con sus innumerables collares y joyas. El olor de los cirios perfumados y las líneas líneas de las irradiaciones de los Orixás grabadas en los muros y en baldosines y cerámicas. Empiezo a perder la noción de realidad, ingreso a la dimensión mágica de estar en este lugar. Al interior del lugar están unos señores ancianos vestidos de blanco y con collares muy coloridos haciendo un toque de tambores y cantando al Obatalá. Me siento en paz y en un embargo del alma hacia el no tiempo. Salí de ahí como enviado hacia un lugar determinado atravesando más callejuelas en el borde del rio Guamá, el Fuerte de Presepio, la Casa de las once ventanas, y llegué a Rua Siqueira Mendes, la primera calle de la ciudad y el vestigio duro de la colonia portuguesa, arquitectura del siglo XVII, enormes barracones, de 400 años, casas de viajeros, marinos, posaderos, misioneros, putas, vendedores de esclavos. Afiebrados buscadores de riquezas y de una salvación para sus vidas o de nuevos horizontes. Bandeirantes vueltos contra sus progenitores devorados por la ambición y las fiebres. Estuve en otro momento de la historia, caminé por el principio de esta ciudad por el sacrificio y el esfuerzo de conquistar y poblar y extraer el fruto de la Amazonia virgen, salvaje y brutal en su vastedad que fatiga a cualquiera. Ví ese momento no como una alucinación, lo experimenté espiritualmente en el tiempo contenido en toda esa materia. En la belleza que resiste al desmoronamiento que le propone la modernidad. No vi los autos estacionados en la calle, ni las bodegas de fardos de ropa usada, no vi los talleres de automóviles, ni bares de mala muerte ni el peligro arrabalero de los muchachos que desde los portales me miraban pasar con una cámara en la mano. Sólo vi lo que viví, el arrobo y la sensación de estar en una calle de Lisboa o en algún puerto de Galicia en las que nunca antes estuve, tal vez el amado Vigo en el margen de la ría de Vigo y el Monte do Castro de Alvaro Cunqueiro con millones de aventuras de tesoros, naufragios, muertes y maravillas como hombres vivieron y transitaron por esta adoquinada vía. Tres o cuatro cuadras de la eternidad y como a un solar desemboco en la Praça do Carmo donde está la iglesia en que yace el fundador de la ciudad que fue la Feliz Lusitania.


En la esquina de la Praça me encuentro con Club Sarajevo y recuerdo que la noche anterior estuve allí como dj en una fiesta multicultural donde fui ovacionado. Estaba Patrick Tor4 de Aracajú, ProEfx y Pedrinho, los mejores djs de la escena Paraense. Estaban las modelos y el playboy de la historia que mi hermano insiste que es un mito urbano, a pesar de inclinarme yo a creer incluso en la magia sobrenatural. Estaba Gil Yonezawa y la gente de Meachuda. Todos aplaudiendo la salida de escena con Martinho da Vila cantando “canta canta mia gente deja a tristeza pra lá”. Pero la fiesta es ahora, pasa junto a mi un joven mulato con el hábito café de los franciscanos, lo sigo con la vista, aprecio su tonsurado y su caminar liviano y grácil, descalzo y con los pies limpios. Camina por el medio de la Rua Siqueira Mendes acariciando la superficie adoquinada casi rozando la hilera de camionetas 4x4 estacionadas como si fuesen platillos voladores, extrañas, distantes, ajenas y portadoras del miedo atávico. Por primera vez soy consciente del silencio. Estoy perdido. Miro hacia todas partes y una mujer se acerca, me toma el brazo y me pregunto hacia donde quiero llegar. Mi amabilidad automática responde – Praca da República. Me encamina sin soltarme el brazo en silencio, en la mayor ausencia de música y ruido que jamás viví hasta una esquina donde me dice: Va direito para lá. Deus te ama.

Belém do Pará.
30 Janeiro 2009

Dj Negro Pésimo
www.myspace.com/djnegropesimo

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