miércoles, 4 de febrero de 2009

Todo lo que puedo decir antes de morir.



Comentario al Tour Brasil 2009 (Recife, Olinda, Pernambuco)


Recife. Pudo ser Venecia o Amsterdam.
Antes de tocar en el bar Quintal do Lima repaso mi día y comienzo a escribir de esta ciudad increíble. Vengo de comer en Bar Central, me pido un whisky y miro el cielo que cada ratos deja caer unos lagrimones calientes. Comienza a sonar la banda invitada: A Roda, una sonora de afrobeat sicodélico como no existe en el mundo. Un equipo de batería, 2 percusionistas, bajo y teclado hacen la base como una máquina de relojería poseída por el Dr. Hoffmann. Sobre esa rítmica delirante , dibujan sus descargas los bronces como rescatados del Groove Californiano de los 70, enloquecidos a ratos como en las sesiones más crípticas de Ornette Coleman y su free jazz, muy folk nordestina, a veces balcánica o jamaicana. Un guitarrista virtuoso que repasa las mejores armonías de la guitarrada en clave funk y dub. Para cerrar el equipo un frontman de gafas oscuras sentado y casi sin darse cuenta que hay un público allí experimenta con las vocalizaciones más sensuales, guturales y lisérgicas. Nunca ví tanta onda, tanto Groove, tanto jeito. Una hora en la que viajé dentro del viaje.


Mi método para conocer un lugar es caminar siguiendo lo que llama mi atención. Inevitablemente voy más allá que las guías de turismo y mi tendencia natural a la exageración me hacen caminar trayectos que un metro u ómnibus me ahorrarían por un precio insignificante. Entonces mi metodología no es el ahorro ya que el monto ahorrado es marginal y la fatiga a veces bien vale 100 veces el costo de subir a un transporte pero he aquí el portento, en estas rutas ilógicas, caprichosas y caóticas descubro el espíritu del lugar. Si o si recorrí las costaneras de los ríos que dividen la ciudad, llegué al estuario, caminé por la orilla del mar, atravesé el puerto, entré a las antiguas bodegas que serán los espacios culturales que Recife necesita para seguir erigiéndose como un destino de turismo artístico cultural. En Recife Antico estuve en el observatorio que iba a ser la oficina de René Descartes si no hubiese muerto y que actualmente es ocupada por la Secretaría Municipal de la Música. Estuve en la Sinagoga que fue la primera de toda América y según me cuentan fue modela de la sinagoga de New York. Las calles de Recife Antico me recuerdan a Holanda y Bélgica. La alzada de los edificios angostos y elevados entre 4 y 6 pisos. Según mi documentación posterior supe que la ciudad efectivamente estuvo dominada por los holandeses y bajo la administración de Mauricio de Nassau alcanzó el esplendor arquitectónico y artístico de la ciudad. Sin embargo los balcones de fierro fundido me devuelven a España y Portugal. La Plaza del Arsenal, una convergencia de varios callejones que forman un punto neurálgico de actividad bohemia.


En la esquina de esta plaza, me senté pedí una tilapia con crema de alcaparras, arroz y batatas fritas más un refrescante guaraná amazónico. Mientras contestaba a mi amigo con quien me había encontrado en el Forte das Cinco Puntas y que me había dado una carona (aventón) hasta el centro, como es que se me ocurrió ir caminando a través de Santa Maru una favela ultraviolenta de la ciudad. La verdad aquí concurrió el azar más que todo. Yo no sabía donde estaba, sólo caminaba. El miedo lo disipo con la certeza de que lo peor que me puede pasar en la vida, me ocurrirá de todas formas: morir. Entonces camino sin imprudencia pero con seguridad como si toda mi vida hubiese transitado esas calles, con respeto y admiración, jamás trayendo el miedo que es como un fuego a los polvorines de la marginalidad. Todo lo que puedo perder ya lo tengo asumido como pérdida y disfruto los segundos adicionales de vida desde que nací.


Así voy recorriendo las calles solo y dialogando con la muerte, mi buena amiga, mi inmadura amiga con la que correteamos y jugamos por las calles agrestes del mundo y nos vamos escondiendo y encontrando el uno al otro y reímos y nos hacemos bromas hasta que uno se enoja por un rato (de verdad casi siempre por culpa del amor y las mujeres, ya saben que la muerte es celosa) y nos esperamos en un café intentando calmar la intranquilidad que nos provoca la ausencia del uno al otro.



Olinda. Patrimonio de la humanidad.
Estoy en la terraza de la Bodega de Veio en la Rua do Amparo en Olinda, Cidade Alta. Estoy haciendo de Selector, tocando vinilos que repasan la historia de la música brasileña. Bezerra da Silva, Pinduca, Alceu Valenca que vive en esta misma cuadra, Luis Gonzaga, Jorge Ben, Eumir Deodato, Joao Donato. Hay un clima de relax insólito. Está Dj 440, Dj Incidental, Teresa que es azafata gringa, Nazaré una chica muy guapa de Recife, unos belgas y amigos olindeños. La terraza es la caseta de Dj y la onda está en la calle hacia donde apuntan los parlantes. Recordé mis primeras fiestas de niño dj en San Pedro arriba del techo la cuadra cerrada en fiesta y la gentileza de mi padre una vez al año de prestar sus parlantes Marantz y su extraordinario en ese entonces equipo modular, el único de la ciudad.


La Bodega de Veio es un almacén de barrio donde venden lo inimaginable, desde los grabados de Borges, xilografista característico de Olinda que le dio una identidad gráfica al lugar, hasta petacas de tragos, poleras de la Orchestra Contemporanea de Olinda, Abarrotes, Charqui, vino chileno, golosinas, literatura de cordel (poesía popular impresa artesanalmente). En la pared hay banderines, afiches, un altar a Chico Science. Fotos de miles de famosos brasileños con la polera de la Bodega de Veio. Pongo un par de temas y me siento a escribir con mi petaca de whisky y mi agua mineral.


Hoy estuve en el lugar en que murió Chico Science. Hoy entendí un poco más de la repartición que hicieron holandeses y portugueses en este lugar. Me enteré de porque los tiburones aman estas playas y sus sabrosos surfistas. A mi manera tuve un intenso día de instrucción cívica pernambucana.


Acaba de entrar a la terraza un señor de unos 75 años con sus vinilos bajo el brazo, pide permiso y le entra con “meu zapato cha furou” de Clara Nunes. Yo sigo escribiendo en medio de este paraíso terrenal, absorto en la visión de mundo del olindeño. Se acerca Teresa y me habla y rápidamente llegamos a esos diálogos tipo Tarantino dónde ella me dice : “es increíble que hay gente de Recife que no conoce Olinda” yo le digo: De dónde eres? –ella- Orlando, Florida. Le tiro por si resulta: Y tú conoces Disney? –No, me dice. – Ya ves , le digo. Ella agrega : tienes hijos? – Le digo que no aunque si tengo uno para ahorrarme las explicaciones. Vuelve al embate y me dice pero si tuvieras los llevarías a Disney? Y yo ya cansado del toreo de gringa y las verónicas fáciles y de esconder la espada le largo un: si tuviera los traería aquí, jamás pensaría en llevarlos a Disney, podrías ir a conocerlo, para que sepas el daño que le hacen a la humanidad. O sea, Blancanieves sangraba en el piso y yo seguí tomando mi whisky.


La gente canta y baila en la calle pero nada de escándalo algo muy familiar cotidiano. Pasa un carro de policía, le abren paso en la calle abarrotada de tertulios y bailarines. A nadie le importa, hay más gente preocupada de un equilibrista que cruza de una vereda a otra o de un balcón a otro más bien por un tenso cable de acero, lo hace haciendo un gag de borracho. Extraordinario. Los policías se bajan a mirar. Suena “Nao Adianta nada” de Roberto Carlos. Cada vez circulan más rubias bellísimas, parece que cerraron Disney. Ya no recuerdo que canción seguramente Bezerra da Silva el malandro de la samba dice: “tudo o que eu gosto e inmoral o ilegal”.


Pienso en toda la gente que no soportaría -por contextura moral o mental – de esta vida vivida como si fuera eterna a sabiendas de que no lo es. Sentarse a beber, a oir música vieja en tocadiscos, fumar cosas que pagan y que no pagan impuestos, hablar con desconocidos -idealmente del sexo opuesto- sobre el mundo, sobre lugares y cosas bellas y fútiles como la vida.


No sé como llegué hasta aquí si nunca hice lo que me sugirieron. Nunca hice lo que se supone me haría feliz.


Tomo agua de coco para hidratarme, las horas pasan despacio y llenas de sutiles y suaves sensaciones. Será esto la paz?


En esta calle de Olinda, se respira sexo, se respira música, se respira humanidad, se respira la alegría de cabalgar el desencanto. No hay más por hacer. La piel quemada por el sol se siente estirada y reseca. Olvidamos cambiar el disco y suena el clásico sonido de huevo frito dando vueltas a 33 1/3, la velocidad crucero de la felicidad. Es todo lo que puedo decir antes de morir.

Dj Negro Pésimo
www.myspace.com/djnegropesimo

1 comentario:

futranawel dijo...

nada q comentar, redondito, tecnicamente impecable, en el límite de volverse inhumano. casi me da desconfianza, algo me acecha en el texto!